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LA GRAN BATALLA DE MÉXICO

 

Martes 5 de Mayo, 2020. 7:00 a. m. (Nora Hernández).- A causa de la dictadura santanista y la guerra de 3 años, México estaba en bancarrota. Se declaró en suspensión de pagos respecto de su deuda externa. En respuesta a su decisión, 3 países acreedores formaron una alianza. La llamaron “Convención de Londres”. Buscaban presionar a México para que cubriera sus deudas.

Entre diciembre de 1861 y enero de 1862, flotas armadas de España, Francia e Inglaterra, desembarcaron en Veracruz para ocupar las aduanas. Venían con la firme intención de presionar al gobierno mexicano y recuperar sus dineros.

Los representantes de España e Inglaterra, el general Juan Prim y el embajador Charles Wyke, aceptaron negociar y llegaron a un acuerdo con el Ministro del exterior Manuel Doblado. Reembarcaron sus tropas y regresaron a sus países; no así el francés que exigió el pago inmediato de la deuda y Charles Ferdinand Latrille Conde de Lorencez, siguiendo la consigna de Napoleón III, continuó con los planes de establecer una monarquía en México. Provocó la ruptura de la alianza tripartita y el incumplimiento de los ‘Tratados preliminares de La Soledad’. Dió inicio al conflicto armado entre México y Francia.

El 19 de abril de 1862 se realizaron los primeros disparos en “El Fortín” Veracruz. Franceses y mexicanos conservadores establecieron un simulacro de gobierno en Orizaba, Veracruz encabezado por el general Juan Nepomuceno Almonte para que los representara.

En respuesta, Benito Juárez expidió un Decreto, declarando traidores a los mexicanos que colaboraran con los franceses e hizo un llamado a tomar las armas, autorizando a los Gobernadores de los Estados a realizar acciones al respecto y les pidió que enviaran contingentes militares con los que formó el “Ejército de Oriente”, logrando reunir cerca de 10 mil hombres.

Antes del enfrentamiento, Lorencez escribía cartas al Ministro de guerra, con marcado complejo de superioridad, al utilizar frases como: “Tenemos sobre los mexicanos tal superioridad de raza, organización, disciplina, moralidad y elevación de sentimientos, que os ruego digáis al emperador que a partir de este momento, y a la cabeza de 6 mil soldados, soy el amo de México”.

Con 4,000 hombres, el general Ignacio Zaragoza concentró sus fuerzas en Puebla para su defensa, ordenó levantar barricadas en las calles y resguardarse en tres cerros que rodean la ciudad con los fuertes de San Juan, Guadalupe y Loreto. El Ejército de Oriente, estaba dirigido por los Generales Miguel Negrete, Felipe Berriozabal, Porfirio Díaz, Francisco Lamadrid, Santiago Tapia, Antonio Álvarez, Antonio Carbajal y Tomás O’Horán. Negrete, al mando de 1,200 soldados, defendió los fuertes y llevó el peso de la batalla, auxiliado por los demás generales, dirigidos por el General Ignacio Zaragoza.

El ejército francés, compuesto de soldados de la infantería de marina, fusileros y cazadores – al mando del conde de Lorencez salieron de Amozoc hacia Puebla la mañana del 5 de mayo de 1862. Ahí tuvo lugar el histórico combate donde el Ejército Republicano venció a los soldados imperialistas que hasta ese día tenían medio siglo sin perder ninguna batalla.

La batalla comenzó después de las once de la mañana, con la acometida del ejército francés al fuerte de Guadalupe defendido por Negrete. Zaragoza auxiliaba las acciones, apoyado por la brigada de Lamadrid a la izquierda y la división de Díaz a la derecha, reforzados por la caballería.

Después de 3 intentos de apoderarse del cerro de Guadalupe, no pudieron contra el Ejército Mexicano, ni contra el terreno. Se desató una tormenta acompañada de granizo, lo que obligó al ejército francés a retirarse bajo una “lluvia de fuego y agua”. Primero besaron el polvo, después el lodo de los campos de Puebla. Se cuenta que sobresalieron en esa lucha “los chinacos”, diestros jinetes que dominaban la lanza, el sable y el machete; así como los zacapoaxtlas, que iban a pie y peleaban con machete.

La batalla duró más de 4 horas. A las 05:49 de la tarde, el General Ignacio Zaragoza, envió al Presidente Benito Juárez, un telegrama que decía: “Las armas del supremo gobierno se han cubierto de gloria”. Y en el parte de hechos, agregó: “El ejército francés se ha batido con mucha bizarría; su general en jefe se ha portado con torpeza en el ataque”.

Zaragoza calculó las bajas del enemigo en más de mil (entre muertos y heridos), además de 8 prisioneros, y 400 de parte de los connacionales.

Justo entonces el General Zaragoza, enfermó gravemente de tifo y el 8 de septiembre del mismo año murió en Puebla. Fue sustituido por el General Jesús González Ortega al mando del Ejército de Oriente, que se preparaba para seguir resistiendo el avance de los franceses. Puebla fue sitiada un año después y tras 2 meses se rindió el 17 de mayo de 1863.

Ante tal noticia, el Presidente Benito Juárez abandonó la Ciudad de México y se trasladó a San Luis Potosí. Las fuerzas franco-mexicanas entraron a México el 10 de junio, al mando del general Elías Frédéric Forey, (enviado por Napoleón III con tropas de refuerzo para sustituir a Lorencez).

Mientras, Luis Bonaparte, (sobrino de Napoleón I, aliado con los conservadores), preparaba todo para recibir al príncipe Fernando Maximiliano de Habsburgo, archiduque de Austria, segundo Emperador de México.

Aunque el triunfo de la Batalla del 5 de Mayo de 1862 no fue definitivo, la resonancia de esta victoria hizo estremecerse a la Patria y quedó como símbolo del valor de defender la Nación ante un enemigo temible. México se alzó en medio de las naciones. El pueblo recobró fe, patriotismo y honor nacional.

Hace 158 años, Zaragoza obligó a los franceses a huir, frenando con ello su soberbia y sus proyectos de expansión; animó el nacionalismo y destruyó la preponderancia de Europa en nuestro país. Se gestaron los principios propugnados por México de la no intervención y la autodeterminación de los pueblos.

Este hecho se sigue recordando de dos maneras: la oficial, que inició desde el primer aniversario, poco antes de que cayera el sitio de Puebla, con un discurso conmemorativo pronunciado en la alameda Central de la Ciudad de México en 1863, que alentaba al pueblo a resistir y mantener la moral ante la incertidumbre. Recordarles que era posible derrotar a un enemigo por poderoso que parezca. Esa celebración siguió después de la expulsión de los franceses, hasta hoy. La versión popular se pudo dar derivada de la celebración oficial; pero otra posibilidad es que los hombres que regresaron a sus comunidades, después de pelear contra los “franchutes”, llevaron consigo recordatorios de la batalla, físicos y mentales, lo que pudo ser transmitido de padres a hijos por tradición oral hasta nuestros días.

Esa historia se volvió memoria colectiva, con la diferencia de que no hay muerte, sino júbilo y donde todos comparten baile, canto y comida. El tiempo convirtió este encuentro bélico en relato, mito y fiesta; traspasando las fronteras.

La diferencia del resultado, es que a los franceses los impulsaba su ambición, pero a los mexicanos la razón y el corazón. R/90

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