“LOS QUE GANAN NO SIEMPRE SON LOS MEJORES… Y LOS QUE PIERDEN NO SIEMPRE SON LOS PEORES”, como lo sentencia el analista Pato Morelos, de Poligrama, en una frase que desnuda el drama de la política mexicana: en este país los triunfos electorales NO dependen de la calidad, la preparación o las propuestas… sino de algo mucho más crudo: la desconexión entre lo que se dice en el círculo rojo y lo que de verdad piensa la gente en la calle.
Porque una cosa es la opinión publicada —esa que se cocina en columnas, en cafés de lujo, en grupos de WhatsApp de políticos y empresarios—, y otra muy distinta es la opinión pública, la real, la de tu vecina, tu primo, el taxista que todos los días escucha radio, la señora que ve la tele mientras hace la comida.
Lo que pasa en México, y aquí está el error fatal, es que los políticos siguen gobernando y tomando decisiones para complacer al reducido círculo de poder, ese club exclusivo que se lee a sí mismo y se cree el dueño de la verdad. Pero los que votan no son ellos. ¡Son millones de ciudadanos que no leen columnas, que no asisten a foros académicos, pero que el día de la elección deciden el rumbo del país!
¿CUÁNTAS VECES un político cancela todo por aparecer en una portada o en una columna? Y, en contraste, ¿cuántas veces hace lo mismo porque un ciudadano común se lo exige en la calle? La respuesta es brutal: se gobierna para unos pocos, pero se pierde con las mayorías.
El filósofo Hegel lo advirtió hace siglos: un verdadero estadista es aquel capaz de poner en palabras los sueños de una nación. No se trata de políticos hablándole a políticos… sino de políticos que se bajen del pedestal, escuchen, conecten y representen a su pueblo.
Y aquí está la advertencia: mientras sigamos confundiendo la opinión publicada con la opinión pública, México seguirá viendo ganar a quienes nadie esperaba… y caer a quienes se sentían seguros.
Porque al final, la dura realidad golpea: ganan los que saben escuchar al pueblo… y pierden los que se olvidan de él. R/90